“¡NO TE LANCES POR EL TOBOGÁN, Annette, ha llovido y hay un charco de agua al final!”, le grita Didiane Bouffanais a su hija. En la zona de juegos del parque no hay otros niños. Annette sube las escaleras del tobogán gusano. Con una sonrisa burlona y malévola en los labios, se despide con la manita y catapum, allá que va.
Didiane se enfada. Observa la salida del tubo, pero ella no aparece. Se alarma. ¿Y la niña? Se levanta, rodea el tobogán. “¿Annette?” Lo inspecciona por abajo y luego por arriba. ¿Dónde se ha metido? Sube la escalerilla. Mira el interior del cilindro. “Annette, vamos, sal de ahí. ¿Annette?”, le ruega, y luego, molesta, le advierte: “Con que esas tenemos, ¿eh? Sal de ahí ahora mismo, contaré hasta tres, y si no sales estarás castigada y no podrás jugar con Chou Chou… uno, dos, tres…”.
Silencio total.
“¿Annette…? Está bien, tú lo has querido. Iré a buscarte”.
Así que, resuelta, Didiane se sienta. Pero, “¡merde!”, no cabe, el tubo es demasiado estrecho y la corta falda gris ajustada se le sube hasta las bragas. Por fin, se encaja, consigue deslizarse por el conducto. De pronto, la noche lo oscurece todo, hay luna llena, percibe el cri-cri de un grillo, un perro aúlla. ¿Qué está pasando? La rampa se retuerce, se ensortija, se contorsiona. Mientras se escurre por la pendiente, ve una señal luminosa que parpadea “Al mundo al revés – tiempo estimado de duración del viaje: un ratito”. Giro a la izquierda, giro a la derecha, giro a la izquierda y giro a la derecha y aterriza sobre un charco de agua.
La falda ahora le llega hasta los tobillos. Entonces, alguien, la niña, la alza del suelo bruscamente y la arrastra hasta un banco. Allí, Annette, con un pañuelo que saca del bolso intenta limpiar la falda sucia de agua y barro y regaña a Didiane: “Te dije que había llovido y había un charco al final del tobogán, te pedí que de ningún modo te tiraras por él. Mira cómo te has puesto. Estás castigada y no podrás jugar con Chou Chou”.
Didiane lloriquea enfurruñada, pero enseguida calla de golpe, piensa un poco y se rebela. “¿No podré jugar con Chou Chou?, ah, no, eso sí que no, de eso nada”, le contesta y se zafa y corre hacia la escalerilla y, sin despedirse, se lanza de nuevo por el tobogán.
Annette se enfada. Observa la salida del tubo, pero ella no aparece. Se alarma. ¿Y la niña? “¿Didiane?” Sube la escalerilla. Molesta, le advierte: “Con que esas tenemos, ¿eh? Contaré hasta tres, y si no sales estarás castigada y no podrás jugar con Chou Chou… uno, dos, tres…”.
Silencio total.
“Está bien, tú lo has querido. Iré a buscarte”.