LO PRIMERO EN QUE ME FIJÉ FUE EN LA MAQUINILLA DE AFEITAR. Era una maquinilla desechable, de doble hoja. Me había embadurnado la barba rala de espuma y comenzaba a deslizarla ya por la patilla derecha.
De pronto, el tipo del espejo me miró por primera vez a los ojos y me lanzó un guiño.
"¿Podemos alcanzar algún conocimiento absolutamente indubitable y evidente?, ¿la verdad plena?", me preguntó a bocajarro.
Detuve mi mano.
"¿Qué es una mente? ¿Una substancia libre, traslucida, sin meandros, ni abismos? ¿Vemos lo que es o es lo que vemos?"
Alcé la maquinilla y la contemplé.
¿Por qué me estaba afeitando con aquella maquinilla desechable, si cada mañana yo utilizaba una eléctrica? La modernísima afeitadora que mis viejos me habían regalado por mi cumpleaños. ¿De dónde había salido la desechable?, ¿dónde estaba la eléctrica?
Luego, me fijé en la manga de la bata que llevaba puesta.
"El solipsismo es inaceptable, pero ¿qué hacer para escapar del propio yo hacia afuera, hacia lo externo, la propia Naturaleza, los otros seres?", continuó.
Desde la manga, mi mirada descendió por el resto del atuendo, hombro, solapas, cuello smoking. Era una prenda en franela de cuadros escoceses, con rayas en tonos azules y marrón. Algo impensable en mí, un adicto a las camisetas gigantescas, descoloridas, con agujeros.
"Solo una verdad es incuestionable: la subjetividad individual autoconsciente es un ámbito de lo real. La razón es el universo que se explica a sí mismo, la materia, la vida, que se explican a sí mismas. Pero, ¿es eso posible?"
Deshice el nudo del cinturón, y descubrí unos calzones blancos, holgados, que casi llegaban hasta mis rodillas. Sentí un sudor frío.
"¿Se puede reivindicar la necesidad del ejercicio de la razón en la ciencia y negar la misma disciplina si hablamos de religión?"
¿Qué había sucedido con mis slips con dibujos de los personajes de mis comics favoritos?
Llegué al suelo. Llevaba puestas unas pantuflas, cerradas y rebosantes de lana aborregada. Yo que siempre voy descalzo, tras años y años de desoír las insistencias de mi madre y de una plaga de novias empeñadas en educarme en hábitos saludables.
"¿Es posible cuestionar todo lo que puede ser objeto del conocimiento humano? ¿La duda metódica como base del pensamiento humano? ¿Cogito ergo sum? ¿sum ergo cogito? Y ¿quién cogito ergo sum? o ¿quién sum ergo cogito?"
Miré aquel rostro reflejado. Sentí un miedo atroz al raer de nuevo el carrillo. ¿Quién se ocultaba bajo aquella nube de espuma? Una cosa estaba clara, pensé, el tipo del espejo era cartesiano.

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