Hormigas





         Hace tiempo que las ciudades me dan miedo.         
         Una vez estuve varias horas sentado sobre una piedra junto a un río contemplando un hormiguero. Los hombres en las ciudades y las hormigas en los hormigueros se parecen bastante, creo que es eso lo que me atemoriza.         
         Una vez soñé que me encontraba en una ciudad en la que todas las personas vestían la misma ropa, era negra, eran como hormigas, todas vestían el mismo traje negro, eso es; hombres, mujeres, niños, ancianos. Fue angustioso. Toda mi obsesión consistía en vestirme con un traje igual al de sus habitantes, porque yo estaba desnudo. Al mismo tiempo oía las notas de una canción, una partitura que seguramente mi inconsciente compuso para el sueño, como si se tratara de una película y su banda sonora. Creo que todavía podría tararearla. Era algo así como "tari tarira tari tarira...". Me desperté de golpe, con nauseas y sudando a mares.
         Ese día me dediqué a callejear, necesitaba distraerme, pero las imágenes de la pesadilla interrumpían una y otra vez mis pensamientos.         
         Aquella vez que estuve junto al río contemplando el hormiguero me entretuve dejando caer sobre él, justo donde más hormigas se saludaban y se esquivaban, grandes piedras que sembraban el pánico. Me gustaba verlas correr despavoridas. En algún momento pensé que algo así debía suceder en las ciudades cuando se produce un atentado en un lugar concurrido como una estación de metro o un aeropuerto.
         Tiempo después volví a soñar con la misma ciudad, con aquellos seres humanos que se parecían a las hormigas. Sorprendentemente volví a oír la misma melodía. Era una ciudad muy oscura, una ciudad donde la luz apenas permitía ver el rostro de sus moradores, o todos los rostros eran el mismo, ahora no lo recuerdo. Todo parecía pintado al carboncillo y lloviznaba constantemente. Creo que la ciudad tenía un nombre pero también lo he olvidado, tuve esos sueños cuando era muy joven.
         Hoy me han venido a la memoria porque el otro día me quedé dormido en la silla de ruedas después de tomarme el vaso de leche con galletas y me desperté de pronto con un sabor extraño en la lengua. Un tropel de hormigas correteaba por mi mejilla y, por la comisura de mis labios, formando una disciplinada fila india, se internaba en mi boca. Seguían un camino de azúcar. Tal vez la confundieron con la entrada a una despensa. No lo sé, el caso es que desde entonces la cabrona de la monja ya no me saca a merendar al jardín.

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